La Princesa embriagada

Había planeado con ilusión aquel fin de semana en Altea, quería llevarme de aquel bonito pueblo un recuerdo romántico, en cambio lo que me llevé fue una horrible resaca y un recuerdo muy …¿gracioso?.

Esa noche me arreglé especialmente para la ocasión, me creía una “Princesa” con mi precioso vestido y tacones de vértigo (nada apropiados para caminar por adoquines, he de decir), pendientes de perlas, peinado sexy, tanga de
encaje y nada de sujetador, por supuesto marcando pezones (la ocasión lo merecía).

La cena no resultó lo romántica que esperaba, y después de una botella de Muga y tres copas de Ron, el glamour me llegaba a los pies y los tacones eran pulseras en mis manos. Sin querer evitarlo, el alcohol nos embriagó, pero sin rendirnos buscamos el “gran polvo”.

Al entrar en la habitación nos besamos (sin deshacernos de aquel especial aliento, claro), parecía no importarnos y nos metíamos las lenguas todo lo que podíamos en la boca del otro. Nos sobábamos con energía, casi como había planeado que sería, pero apenas sentía placer, había bebido demasiado para poder disfrutar del momento, pero a la vez estaba tan cachonda, que seguía buscándolo. ¡Vaya desilusión!, mi cabeza y mi entrepierna muy calientes y por más que sus dedos entraban, nada de nada.

Pero todo no acabó ahí, él estaba tan borracho como yo pero decidió tomar el mando. Me empujó a los pies de la cama, donde quedé con las rodillas en el suelo y con el pecho y la cabeza en esa cama. Entonces me subió el vestido para dejar mi culo a su disposición y me la metió; empezó bien, a buen ritmo, profundo… pero yo no sentía apenas nada, estaba como anestesiada. No sé si él terminó, si es que pudo, pues yo me desperté al amanecer arrodillada a los pies de la cama y escocida, mientras él dormía placidamente en su almohada.

Moraleja:

"El alcohol convierte a los Príncipes en ranas, a las Princesas en cenicientas y a los finales felices en polvos frustrados".